Desde el momento en que salió el sol, el día de Lala comenzó con dulzura.
Su mamá entró suavemente en la habitación, acariciándole la cabecita con ternura. “Buenos días, mi princesa,” susurró con una sonrisa.
Lala se estiró como un gatito perezoso y abrazó a su osito de peluche. “¿Hoy es un día especial, mami?”
La madre asintió. “Cada día es especial cuando estás tú.”
Primero, la llevó al baño con agua tibia y aroma a coco. Le lavó su pelito con cuidado, peinándolo despacito, mientras le cantaba una canción de cuna que hablaba de flores y estrellas.
Después, en la cocina, la esperaba un desayuno de ensueño: rodajas de plátano, arroz dulce envuelto en hoja de plátano, y un batido de mango servido en una tacita color rosa con flores.
“Mami, ¡esto es como un banquete real!” exclamó Lala, emocionada.
“Solo lo mejor para mi monita favorita,” dijo su madre, dándole un besito en la mejilla.
Más tarde, jugaron juntas a vestir muñecas, hicieron dibujos con colores brillantes, y hasta tuvieron una pequeña merienda en el jardín con mantel, flores y todo.
Pero lo más bonito de todo fue cuando, al final del día, mientras el sol se escondía, mamá la abrazó fuerte y le dijo: “No necesitas una corona para ser una princesa. Eres especial porque tienes un corazón bueno, y eso vale más que el oro.”
Lala se acurrucó en los brazos de su mamá, sintiéndose más querida que nunca.
Y así terminó su día, como toda princesa merece: con cariño, dulzura y el amor incondicional de una madre.